Por Raúl Figueroa Salas, director ejecutivo de Acción Educar.
El Salón de Honor de la Casa Central de la Universidad de Chile, espacio destinado a la reflexión profunda y al debate serio, sirvió la semana pasada como punto de reunión para dar inicio a una manifestación callejera convocada por el rector de dicha casa de estudios. Al compás de su líder, directivos, académicos, funcionarios y estudiantes marcharon en columna por las calles de Santiago hacia La Moneda para entregar una carta a la Presidenta de la República, exigiendo cambios al proyecto de ley en trámite sobre universidades del Estado.
Como era predecible, la manifestación derivó en disturbios y obligó la intervención de Fuerzas Especiales de Carabineros. En paralelo, y siguiendo las normas propias de un Estado democrático, la Cámara de Diputados deberá pronunciarse respecto al mencionado proyecto de ley, que otorga un trato preferente a las universidades estatales y modifica su gobernanza.
No me referiré en esta oportunidad al contenido del proyecto de ley ni a las razones que pueda tener el rector Enio Vivaldi para oponerse, pero sí a la forma por la que optó para dar a conocer su posición.
La influencia de la Universidad de Chile en el acontecer nacional es innegable y deriva del prestigio que aún tiene como institución, y del hecho que sigue siendo percibida como un espacio de reflexión al servicio del país. Es deber de la universidad analizar los efectos de determinadas políticas públicas y es legítimo que asuma una posición crítica frente ellas; pero la forma en que lo haga deber ser acorde con la tradición que representa. La convocatoria del rector a tomarse la calle conlleva un desprecio a las formas republicanas de las que la Universidad de Chile es parte y marca un paso decidido a reemplazar el diálogo por la imposición.
El servilismo de algunas autoridades a la presión callejera nos ha llevado por un camino de reformas mal diseñadas y cuyos efectos negativos serán difíciles de remediar en el corto plazo. La ciudadanía está cansada de dejarse guiar por eslóganes y espera de sus autoridades y principales instituciones una conducta diferente. En la encrucijada de asumir un verdadero liderazgo o confundirse en la masa, de dar señales de madurez o perpetuarse en la adolescencia, las autoridades de la Universidad de Chile optaron, lamentablemente, por lo segundo.