Por Pía Turner, encargada de Proyectos de Acción Educar.
Uno de los elementos determinantes del éxito que pueda tener el próximo año de educación en pandemia, será la calidad de las horas presenciales a las que accedan nuestros niños, niñas y adolescentes, y esto dependerá en parte de la retroalimentación sobre el propio proceso de aprendizaje que reciban los estudiantes.
En marzo, es probable, que una parte de los escolares acceda a una modalidad de educación mixta, conforme se siga desarrollando el virus y dados los requisitos sanitarios que deben seguir los establecimientos. De esta forma, los alumnos se beneficiarán de algunas horas diarias o semanales de contacto presencial con sus docentes, que serán cruciales para motivarlos, guiar los esfuerzos que están realizando dentro y fuera de la sala de clases y para mantener los vínculos con su escuela.
Es en este contexto que la evaluación, al ser utilizada como una herramienta pedagógica, debe complementar y potenciar todo el aprendizaje que el estudiante puede lograr en su hogar, ya que la clase se convierte en una instancia en la que descubre sus fortalezas y debilidades para aprender el objetivo propuesto.
Por lo general, las evaluaciones se asocian a las notas y a las consecuencias negativas o positivas que éstas pueden tener para cada alumno. Sin embargo, esa asociación se limita a las evaluaciones “sumativas”, que tienen el objetivo de certificar ciertos resultados de aprendizaje. Por el contrario, las evaluaciones “formativas” tienen el propósito de ir generando evidencia para el estudiante y docente sobre el camino del primero hacia el logro de los objetivos de aprendizaje, permitiéndoles a ambos concretar las mejoras necesarias a tiempo y en base a retroalimentación personalizada al alumno. Habitualmente, este tipo de evaluación va acompañada de estrategias pedagógicas que buscan fortalecer la autonomía, el pensamiento crítico y la reflexión por parte de los alumnos, tales como el aprendizaje en base a proyectos o las aulas socráticas.
La pandemia ha motivado a los docentes a lo largo del país a innovar con nuevas prácticas para darle retroalimentación y mantener el vínculo con sus estudiantes. Ejemplos de ello son el “Torneo de Telepreguntas” de la Escuela Espíritu Santo en San Antonio, el “Bus Móvil” del jardín infantil Los Cisnes en Valdivia o las “Clases audiovisuales para motivar el pensamiento reflexivo e innovador” del Complejo Educacional Juanita Fernández Solar, en Recoleta; tres iniciativas que buscan levantar información de cómo está aprendiendo cada estudiante durante el confinamiento, pero que pueden ser fortalecidas con las instancias presenciales desde marzo.
El concepto de las evaluaciones formativas no es una novedad en Chile, de hecho, se alude directamente a ellas en varios documentos de la política pública y son múltiples los casos de profesores y comunidades escolares completas que las implementan con éxito. Los pasos que hay que dar ahora son los de medir el impacto de estas buenas prácticas, de seguir aumentando su difusión y de darlas a conocer, junto con la capacitación necesaria, entre aquellos docentes y colegios que todavía no las implementan con regularidad, pasos que deben ser acelerados en un contexto en el que las horas de los estudiantes con sus docentes serán especialmente valiosas, debido a su escasez y a la necesidad de retomar los vínculos debilitados durante el año que termina.