Por Pía Turner, encargada de Proyectos de Acción Educar; y Rodrigo Inostroza, profesor y asesor de la Dirección de Educación Pública.
A estas alturas casi no existe duda de que el 2021 también será un año de educación en pandemia, y que, a pesar de que se deban abrir las escuelas en donde existan las condiciones sanitarias, seguirá existiendo con urgencia una necesidad de educación remota o semipresencial, implicando serios ajustes no sólo a nivel de contenidos; sino que también en recursos y metodologías de apoyo a los aprendizajes y a la evaluación formativa de ellos.
Un elemento cuya importancia ha sido destacada por la evidencia desde hace tiempo es la participación e involucramiento de la familia, o del entorno más próximo, en el proceso de aprendizaje de los estudiantes. Esta sentencia, que a momentos repetimos casi como un mantra en educación, en tiempos de pandemia ha sido destacada con crudeza, y a momentos con el reconocimiento de que muchas veces no nos hemos preocupado o no hemos sabido cómo involucrar a los padres o tutores en los aprendizajes de sus hijos. En consecuencia, hoy nos encontramos con apoderados que sienten impotencia y frustración por no tener las herramientas y habilidades para poder dar apoyo en el proceso remoto de aprendizaje de sus hijos e hijas.
A modo de ilustración sobre el problema, de acuerdo a la encuesta Casen de 2017, en aproximadamente el 25% de los hogares donde viven niños, niñas o adolescentes el jefe o jefa tiene un nivel educacional igual o inferior a la básica completa. En la misma línea, una encuesta publicada esta semana por Educación 2020 muestra que un 76% reportó no tener un adulto a quien pedir ayuda si tuviera que hacer las labores escolares en la casa, y, cuando en la encuesta de Elige Educar se le pregunta a los docentes si creen que los apoderados están apoyando a los estudiantes, el 60% de los encuestados responde; “Sí, los están apoyando, pero siento que carecen de conocimiento o habilidades suficientes” y un 12% responde; “No, no los apoyan porque no tienen los conocimientos o habilidades suficientes”. Desde la perspectiva de lo emocional, un 55% de los apoderados encuestados por Educación 2020 reportó que le ha costado acompañar emocionalmente a sus hijos durante la cuarentena, y un 69% que le gustaría recibir ayuda para poder hacerlo.
¿Cómo apoyamos a estos padres, madres o tutores? La respuesta es compleja y amerita una serie de medidas de corto y largo plazo. Sin embargo, en el contexto actual, debemos comenzar por aprender que la educación en pandemia – y siempre- no puede ser sin las familias, ya que éstas son aliadas necesarias e indispensables en los aprendizajes de los estudiantes, por lo que debemos intencionar estrategias activas en donde se las haga partícipes en los contenidos y en las formas de aprender de sus hijos. Esto debiese de traducirse en la consideración real del apoderado como quien tendrá muchas veces el rol orientar el proceso de aprendizaje de los estudiantes, y en la toma de las medidas más pertinentes para que pueda hacerlo bien. Por ejemplo, explicándole cómo debe aplicar una guía, anticipando las posibles consultas y diseñando estrategias a medida de las dificultades que se puedan presentar; esto sin reemplazar la labor docente, sino como un aliado en su labor pedagógica.
Hoy “la escuela se encuentra en el comedor o el living de la casa”, ya sea a través de clases online o por medio de material impreso. Hoy los materiales o recursos de aprendizaje, así como también las clases mismas, están siendo seguidas y observadas por toda la comunidad e incluso estableciendo juicios de calidad y pertinencia sobre los mismos. Si queremos cambios reales y de largo plazo, la primera aproximación debiese de ser el asumir la necesidad de un cambio paradigmático de la participación de las familias en las escuelas. Si algo positivo nos puede dejar esta pandemia, en la línea de lo reflexionado, es un aumento del valor del involucramiento familiar.
Será un desafío de gestión pedagógica y curricular relevar e incorporar la “variable familia” como un área crítica a observar al momento de planificar los procesos de enseñanza; no solo desde una perspectiva de contexto, que sin duda impacta tan directamente en los aprendizajes, sino como una variable explícita a incorporar en los diseños metodológicos y en la didáctica sobre cómo se enseña; o mejor dicho cómo los niños y niñas pueden aprender mejor.