Columna en El Dínamo: Vínculos protectores

Uno de los roles más importantes de las comunidades educativas es el de ser un factor protector del bienestar de los niños, niñas y adolescentes. En efecto, como los estudiantes pasan gran parte del día en establecimientos educacionales, en ellos tienen la oportunidad de sociabilizar con pares, recibir mentoría, cariño y una educación integral de parte de los equipos docentes, de asistentes, directivos y de la comunidad.

A su vez, en este contexto, la escuela busca prepararlos para prevenir los problemas a los que se enfrentan fuera de ella, generando vínculos de contención y apoyo. No obstante, estos lazos están basados en la interacción presencial que se realiza día a día en los establecimientos, por lo que actualmente los niños y profesores, en especial los que disponen de pocos recursos tecnológicos, se enfrentan a dificultades para mantenerlos, ya que aún no hemos aprendido a generar vínculos a distancia.

La pandemia ha forzado a las familias chilenas a encerrarse, muchas veces hacinadas, viviendo la enfermedad o el miedo a ella, de fuertes costos en lo económico, del alcohol y drogas, sufriendo en ocasiones de una escalada en la violencia intrafamiliar, entre otros factores de riesgo para el bienestar de los niños.

Es por esto que es necesario buscar mecanismos que generen espacios de confianza, que vinculen al colegio con la familia. En ello, el rol de los profesores es clave, porque lograrlo dependerá de su creatividad y esfuerzos. Así, deberán buscar estrategias que se adapten a las necesidades y posibilidades de cada familia, ya sea a través de sistemas de cartas que aprovechen la logística de las guías impresas o cajas Junaeb, llamadas telefónicas o medios virtuales. Entendiendo que lo primordial es trabajar no solo con el estudiante, sino también con su entorno, y crear un espacio de comunicación efectivo, que permita pedir ayuda en cualquier área de sus necesidades.

De esta forma, el dar continuidad a la educación a distancia no puede limitarse sólo a lo académico, sino que debe hacerse con un enfoque integral, potenciando lo que representa la escuela para sus alumnos en tiempos normales. El trabajo por los ámbitos más emocionales y sociales de la educación incluso pasa a ser prioridad, ya que su importancia no se limita sólo al desarrollo de esas habilidades por sí mismas, sino en que también son un pilar fundamental para el aprendizaje cognitivo. En otras palabras, nuestros estudiantes tendrán mayores dificultades para desempeñarse de acuerdo a todo su potencial en la lectoescritura, las ciencias o las artes si no cuentan con la necesaria motivación, resiliencia o autoestima que potencian los vínculos afectivos.

La educación remota, que llegó de imprevisto, ha generado una relación más estrecha y humana en muchas comunidades educativas, y como sociedad no podemos dejar de agradecer la entrega y resiliencia de cada uno de los docentes que se ha esforzado por “subirse al carro”. Ellos, sufriendo las mismas o mayores dificultades que todos los chilenos, trabajan día a día para reinventar sus clases, buscando soluciones para cada uno de sus alumnos, tratando de que todos aprendan y se sientan acompañados en esta crisis. Procurar mantener los vínculos afectivos con y entre sus alumnos es natural para ellos, pero requiere de mucho trabajo y vocación. Es necesario que valoremos y promovamos estos esfuerzos, a la vez de que busquemos los medios, como pueden serlo la capacitación y las herramientas, para ampliarlos a los estudiantes que la pandemia ha privado de estos vínculos protectores.

Por: Pía Turner, investigadora senior Acción Educar y Paulina Villela, profesora de educación básica.

Para leer la columna en El Dínamo, ingresa aquí.


Escrito por Pía Turner Ruiz-Tagle

Encargada de Proyectos.