Columna en El Líbero: Cambios en educación

No es urgente darle en el gusto al Colegio de Profesores ni condonar el CAE, sino que abordar las necesidades de los niños que están hoy en las escuelas.

(Leer columna en El Líbero)

¿Será una buena noticia el cambio de ministro de Educación? Para no entregar una respuesta simplista, resulta interesante analizar el contexto actual de la política educativa con la que se encuentra el ministro Cataldo.

A nivel de sistema, es evidente que la recuperación de los profundos impactos de la pandemia es el tema principal. En el ámbito de los aprendizajes, las pruebas como el Simce muestran que la generación afectada por la pandemia tiene resultados muy inferiores en matemática y lectura en comparación con sus antecesores (que tampoco eran buenas). Estudios de menor cobertura, pero mayor profundidad, han mostrado de forma dramática los significativos retrasos en lectura en los niveles iniciales. Los niveles de asistencia previos a la pandemia no se han recuperado.

En el área de la convivencia escolar, destaca la afectación de la salud mental de los estudiantes (para lo cual hay estudios específicos, pero no censales) y el aumento de la violencia -en grados que eran menos frecuentes, o quizás menos visibles- previos a la pandemia. Las denuncias a la Superintendencia por problemas de convivencia escolar están en un máximo histórico. Considerando que probablemente muchos casos críticos de convivencia no llegan a ser denuncias, podemos prever que la situación es peor.

Esta situación de grave crisis, quizás la más grande que ha golpeado al sistema, llega en un contexto bastante particular. Estamos en una suerte de “fatiga reformista” tras las voluminosas, intricadas, burocráticas, costosas y (hasta ahora) poco efectivas reformas de Bachelet II. Hay pocas expectativas, desde los actores del sistema, que más legislación estructural y administrativa tenga efectos positivos. A esto se debe sumar que la implementación de estas reformas se encuentra en pleno desarrollo y ha sido particularmente difícil, generando desafección en los actores políticos y minando el prestigio de la autoridad educacional. Esto es muy claro, en particular con el traspaso de los colegios municipales a los nuevos Servicios Locales de Educación.

Más allá de las características personales del ministro anterior, la forma que tuvo el Mineduc de reaccionar frente a este escenario fue la clave de su fracaso. Da la impresión que nunca asumió que este contexto -y no sus sueños o expectativas- definía su gestión. El cambio, entonces, para ser realmente útil, debe manifestarse en una mirada nueva. Van algunas sugerencias de qué hacer.

Primero, alinear la agenda legislativa con la recuperación educativa, consolidándola como el único foco de la administración. No es urgente darle en el gusto al Colegio de Profesores ni condonar el CAE, sino que abordar las necesidades de los niños que están hoy en las escuelas. Asignar recursos al escuálido Plan de Reactivación Educativa y enfocarse en la gestión para recuperar indicadores de asistencia y aprendizaje afectados por la pandemia. Proyectos de reformas estructurales pueden esperar.

Segundo, perfeccionar las reformas en implementación para que den los frutos esperados. La nueva educación pública requiere un perfeccionamiento profundo, orientado a la calidad y a la eficiencia en la gestión pública, y no arreglos menores como los que se han planteado. Formular un sistema de evaluación docente enfocado en asegurar calidad, no en demandas gremiales, también podría ayudar.

Un cambio en ese sentido podría ser realmente “transformador”.

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Escrito por Daniel Rodríguez Morales

Director ejecutivo de Acción Educar.