Es usual oír en la discusión educacional que la educación parvularia (de 0 a 6 años) es el nivel más importante para el desarrollo de los niños, para sus futuros aprendizajes y calidad de vida, y donde la inversión pública es más rentable. Ocurre también -a algo muy escaso en educación -que hay acuerdo político sobre ello. La educación inicial disminuye el ausentismo, repitencia y la deserción escolar, grandes daños que ha dejado la pandemia. Estudios con datos de Chile han mostrado mejorar el rendimiento en el Simce y las pruebas de admisión a la educación superior.
Pero algo falla, pues si bien Chile destinó un porcentaje más alto de su PIB a la educación inicial en comparación con el promedio de los países miembros de la OCDE (1,2% y 0,9%, respectivamente), el gasto público sigue concentrándose en educación superior y escolar. Este año, por primera vez desde que se hace la medición, la encuesta Casen muestra una menor cobertura en educación parvularia. El presupuesto de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI) ha sido reducido en los últimos dos años
En general se ensayan varias explicaciones para esta disociación entre la importancia de la educación parvularia y su grado de prioridad en la opinión pública. Suele decirse que los niños no votan, y por lo tanto no pueden presionar a los actores políticos de la forma que lo hicieran los estudiantes universitarios durante el 2011, por ejemplo, o padres de la educación escolar. Pero ello es una visión simplista: los gremios de la Junji e Integra (los dos mayores sostenedores públicos de educación parvularia) son de gran poder y ejercen presiones significativas sobre los parlamentarios y el Ejecutivo.
Por otra parte, es claro a estas alturas que las movilizaciones estudiantiles universitarias nunca han tenido el objetivo de mejorar la educación superior, sino la disputa del poder por parte de una generación nueva (prueba de ello, los problemas que afectaban a la educación superior en la época estudiantil de nuestras actuales autoridades siguen iguales). Si bien es evidente que las protestas de estudiantes de ese nivel educativo generan una presión fuerte sobre el sistema político, y que éste ha sido acrítico al aceptar su agenda, el mundo de la educación inicial también tiene formas de presión.
También se ha argumentado que los padres no le asignan la relevancia necesaria o suficiente a la educación parvularia. De ahí que se hayan desarrollado una serie de campañas comunicacionales para aumentar la cobertura del nivel. Pero es una explicación incompleta: el nivel de Kínder tiene una cobertura casi universal, sin ser obligatorio, mostrando algo de evidencia en favor de la importancia que le asignan los padres. Por otra parte, la Sala Cuna universal ha sido una prioridad (aunque no lograda) de varios programas de Gobierno, y goza con una alta aprobación popular.
Si bien no es posible determinar de forma exhaustiva las razones que llevan a la situación actual de la educación parvularia en Chile, se requiere un análisis de mayor profundidad en la materia. En un informe de Acción Educar, hemos visto que el nivel parvulario adolece de una institucionalidad deficiente, que distribuye de forma diferenciada los recursos entre niños de igual condición socioeconómica, sólo por el tipo de institución a la que asisten. Los proveedores privados (VTF) reciben un tratamiento discriminatorio, lo que impide el desarrollo de un sistema de provisión mixta sano y eficiente. Sin querer agotar la discusión, es relevante revisar el diseño e implementación de las políticas públicas vigentes, que se observan muy insuficientes.