Por Raúl Figueroa, director ejecutivo de Acción Educar.
El hecho que el Instituto Nacional haya perdido el reconocimiento a la excelencia académica como consecuencia de la baja sostenida de sus resultados de aprendizaje ha marcado el debate educacional en los últimos días. Aunque la consecuencia directa de esta situación será una disminución de las remuneraciones de los profesores de esa institución, la verdad es que da cuenta de una realidad mucho más compleja y sus efectos son muy amplios.
Estamos siendo tristes testigos del desmoronamiento paulatino del principal emblema de la educación pública. Lo anterior se aprecia no solo en la pérdida de este reconocimiento a la excelencia, sino también en el hecho que, aunque sigue siendo demandado, son cada vez menos las familias que postulan al Nacional. Así, mientras el año 2000 postulaban siete alumnos a una misma vacante, el 2014 este número bajó a sólo dos. Las razones para ello son diversas, pero no se puede desconocer el desconcierto que genera en los padres la paralización permanente de las actividades escolares como consecuencia de tomas ilegales promovidas por alumnos, respaldadas por algunos de sus docentes e ignoradas por el municipio.
Los padres parecen tener cada vez más claro que la calidad de una institución no se basa exclusivamente en su nombre o su historia, sino fundamentalmente en la cultura que busca transmitir. El prestigio no basta y se pierde rápidamente. Lo que hizo grande al Instituto fue el reconocimiento al valor del esfuerzo y el rigor del trabajo, combinado con el compromiso por el desarrollo del país y un claro espíritu crítico que se transmite a sus alumnos; lamentablemente va quedando en evidencia que eso que las familias esperaban recibir del Instituto Nacional ya no lo encuentran ahí.
Lo que ocurre con el Instituto Nacional (paros, tomas y boicots) coincide con el afán de alterar a toda costa el modo de convivencia de los chilenos. Se hace caso omiso a los avances que entre todos hemos logrado y reemplazamos los necesarios consensos por el voluntarismo, que se traduce en imposición de políticas públicas mal diseñadas. Prácticamente desapareció la lógica de consensos que permitió profundizar lo positivo y corregir aspectos negativos de nuestro sistema educacional, y que sirvió de base para que tanto gobiernos de la Concertación como de la Alianza avanzaran en mejoras necesarias.
Es imposible no relacionar la actitud irresponsable de los alumnos con el servilismo que las autoridades muestran a determinados grupos de presión que ocupan la calle para imponer sus términos. La conclusión dramática que uno puede sacar de todo esto es que se ha ido generando, en el muy último tiempo, una cultura de autodestrucción de la cual será muy difícil salir y que excede el debate educacional.