Por Daniel Rodríguez, director ejecutivo de Acción Educar.
A fines de esta semana nuevas autoridades asumirán en el Ministerio de Educación. Además de desearles éxito (y suerte), miramos con especial optimismo que el futuro ministro y subsecretarios sean reconocidos por su defensa pública de la libertad de enseñanza, la autonomía de las instituciones y la participación de la sociedad civil organizada en la provisión de educación.
Este sería el peor momento para bajar los brazos.
Aclaremos. No bajar los brazos no implica proponer que se deroguen a rajatabla las reformas que impulsó el gobierno que sale. Estas han tenido consecuencias nocivas sobre el sistema y conservan problemas que eventualmente deberán ser corregidos –lo que será más patente cuando la implementación deje ver el significativo desajuste entre lo que el gobierno imaginaba y lo que ocurre en la realidad–, pero la retroexcavadora debe quedar estacionada en la otra vereda.
No bajar los brazos implica dos cosas. Primero, comprender que el Ministerio de Educación, con todo su poder político y comunicacional, no es suficiente para defender al sistema educativo de la presión de ideas demagógicas y equivocadas que capturaron la agenda del gobierno saliente. Hoy, al igual que antes, es fundamental que la sociedad civil que valora la libertad de enseñanza y la autonomía de las personas frente al Estado, continúe movilizándose y promoviendo sus puntos de vista. Padres, sostenedores, directores, instituciones de educación superior, académicos, etc., todos quienes debieron defenderse de un ansia regulatoria que, sin buscarlo, les quitó derechos y posibilidades de elección, tienen ahora la responsabilidad de secundar a las nuevas autoridades en el desafío de mostrar con hechos concretos cómo se ha dañado al sistema educacional, y cómo se puede dar solución a sus problemas.
La labor de los centros de estudios va más allá. Debemos ser vigilantes ante las posibilidades de que las veleidades de la política o la premura lleven al gobierno a tomar atajos o a desviar el rumbo. En particular, los riesgos son recurrir a políticas que pueden traer popularidad, pero ser poco efectivas –su majestad, el “cosismo” –, así como también dejar pasar, en el fragor de las negociaciones políticas, ideas ajenas que pueden dar una sensación de victoria inmediata, pero impliquen una derrota al largo plazo.
Finalmente, no bajar los brazos implica tener presente que las ideas detrás de políticas y herramientas equivocadas que fueron impulsadas por el gobierno saliente siguen estando en el debate, con la única diferencia que ahora se concentran en general en la oposición. Esto les puede dar una fuerza renovada.Debemos concentrarnos no en retroceder, sino en proteger el corazón del sistema: la libre elección de los alumnos, la autonomía de las instituciones, la libertad de abrir establecimientos y conducirlos según un proyecto educativo o una misión particular, la igualdad de trato entre proveedores privados y públicos cuando ambos prestan el mismo servicio, el mérito y la calidad como criterio para la asignación recursos públicos, entre muchos otros. En eso es posible, y urgente, avanzar.