4.000 estudiantes menos quieren hoy ser profesor, así se refleja en los resultados del Sistema Único de Admisión(SUA) que se conocieron el lunes, donde sólo un 14% de quienes postulan tienen interés en estudiar Pedagogía.
Por una parte, esta disminución en las preferencias de los alumnos, hace que nos cuestionemos sobre la efectividad de las políticas de incentivo para atraer a nuevos profesores (los mejores). Desde el 2010 hasta el 2019, la matrícula de primer año en las carreras de pedagogía se ha reducido en un 45% y los titulados en un 18% hasta el 2018. Ello, a pesar de los esfuerzos que se han realizado desde la Beca Vocación de Profesor –la que, debido al impacto de la gratuidad, entre otras cuestiones, perdió su efectividad-, y desde la Carrera Docente, la que si bien es positiva ha provocado una mayor complejidad para las instituciones y restricciones para la admisión. De hecho, no sólo la matrícula ha disminuido, sino también las vacantes y carreras ofrecidas.
De todas formas, la falta de estos incentivos no resuelve por sí solo el problema. La pregunta de fondo es por qué hoy es tan poco atractiva esta profesión para los estudiantes, y más complejo aún por qué las altas tasas de deserción que se producen a los pocos años de su ejercicio, que afectan especialmente a la educación pública. Ambos problemas tienen que ver finalmente con las oportunidades y condiciones laborales que se ofrecen a los docentes.
Por supuesto los salarios juegan aquí un rol importante y en ese sentido la Carrera Docente ha sido un avance positivo pues permite un crecimiento profesional en cuanto a las remuneraciones, pudiendo un profesor alcanzar un sueldo mayor al del promedio de los países OCDE. Sin embargo, lo realmente significativo son las condiciones cualitativas del trabajo, pues son éstas las que permiten un desarrollo profesional y adquirir nuevas capacidades y competencias para ponerlas en práctica. En definitiva, las posibilidades del profesor para innovar dentro de la sala de clases e influir en la toma decisiones. Lamentablemente es esta nuestra piedra de tope. La falta de autonomía y capacidad de decisión de los profesores, impide un desarrollo profesional y termina por desincentivar su trabajo. Ello sumado a la falta de oportunidades para crecer dentro de su carrera y el adverso clima laboral que muchas veces enfrentan.
En el último tiempo, estas condiciones se han visto aún más perjudicadas. El clima de violencia que se ve en muchos colegios y que pone en riesgo la seguridad de la comunidad educativa, además de la falta de compromiso con la labor que llevan adelante –los paros, las marchas, las tomas- que les impiden cumplir con su trabajo y que terminan por desvalorizar el rol que cumplen en nuestra sociedad. Siendo estas las condiciones que nos empeñamos en dar a conocer, ¿quién querría ser profesor?
Hemos descuidado a nuestros docentes, porque también hemos descuidado la educación. Hace falta que nos enfoquemos en las políticas de calidad y mejora de las escuelas, que, como muestra la evidencia, pasan precisamente por darle mayores atribuciones y autonomía a los profesores en la sala de clases. Finalmente, el mejor incentivo para ser profesor debiera ser la oportunidad que entrega la escuela en cuanto al desarrollo profesional y contribución a las mejoras.
Por: Magdalena Vergara, directora ejecutiva de Acción Educar.
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