Columna en El Mercurio: Pensar el posgrado a futuro

Por Magdalena Vergara, directora ejecutiva de Acción Educar.

La crisis social que vivimos nos llama a reflexionar con una nueva mirada nuestras labores y la manera en que estas se ponen al servicio del país. Esto es especialmente sensible en el caso de las universidades. El Padre Hurtado decía que son ellas la célula de la sociedad, en ellas se forman los profesionales para el país y son el lugar donde se piensa y se discute respecto de los problemas que lo aquejan.

En los últimos años el nivel terciario ha tenido un amplio desarrollo, desde el aumento en la matrícula hasta la consolidación de diversos proyectos educativos, muchos de los cuales hoy cumplen 30 años. El aporte del conjunto de las instituciones chilenas es contundente, entregando nuevas oportunidades a muchos jóvenes y contribuyendo en gran manera al desarrollo del país. Por supuesto aún existen grandes desafíos como en la docencia, acceso y retención de los estudiantes, la estructura de las mallas curriculares, mejoras de la calidad, entre muchos otros.

Esto es parte de una evaluación constante para hacerse cargo de los cambios sociales y la manera en que las universidades se adecúan a ellos, pero sin perder en el proceso el sentido propio de las instituciones. Un área en crecimiento que presenta un gran desafío son los posgrados. Desde 2010 la matrícula ha crecido en un 44,8%, alcanzando a más de 48 mil estudiantes (SIES 2019). Así también ha aumentado la oferta y diversidad de la misma.

Ello es muy positivo, tanto por los beneficios individuales que conlleva -un egresado de posgrado gana hasta 4,7 veces más ingresos que un egresado de cuarto medio (OCDE 2019)- como por sus beneficios sociales. El magíster y el doctorado permiten un perfeccionamiento y especialización de las carreras universitarias y la profesión, y especialmente los doctorados son un espacio privilegiado para la investigación de las necesidades y exigencias de la sociedad, entregando nuevas herramientas y conocimientos en los distintos campos del saber y la práctica. Además de investigar nuestra cultura y la comprensión de los procesos socioculturales y políticos, cosa que hoy se hace patente en su importancia.

Los principales retos

Los desafíos en este nivel son muchos. Por una parte, debe hacer frente a la competitividad respecto de posgrados en el extranjero. En ese sentido fortalecer ciertas ventajas sería interesante, como la complementariedad entre estudios y trabajos, que cada vez tiene mayor demanda o el costo menor que significa cursar un posgrado en el territorio nacional. Así también promover un mayor foco de investigación y perfeccionamiento conforme a las necesidades del país de manera de generar una mayor articulación e integración con las áreas de la industria, ciencias, tecnología, ciencias sociales, etc.

Otro tema a destacar debiera ser el acercamiento entre la docencia y la investigación. De manera que exista una retroalimentación entre ambas y permitan su mejora continua, debido a que una crítica importante que se observa en el último tiempo es precisamente la desconexión que se ha dado entre docencia e investigación dentro de las universidades. El perfil de un estudiante de posgrado también ha cambiado, así como las exigencias que conlleva el título dentro de la sociedad. Los magísteres, en general, logran dar mayores herramientas concretas para un mejor desarrollo profesional.

En el caso de los doctorados, tradicionalmente se han entendido de un modo más academicista, enfocados a la investigación. Hoy se busca contar con un dominio integral de diversas habilidades y conocimientos que permitan un desarrollo interdisciplinario y en áreas diversas, como la industria. Ello implica una mirada distinta respecto de la estructura del programa, como una malla interdisciplinaria, internacionalización, mayor trabajo colaborativo, entre otros. Actualmente tenemos una oportunidad provechosa para fortalecer los programas de doctorado.

Por estos días una comisión de expertos elabora los estándares y criterios para su acreditación que a partir de enero de 2020 será obligatoria. En ellos se debieran incorporar estas nuevas exigencias, de manera que permitan innovar y ser dinámicos ante las necesidades sociales, equiparándonos así a los programas a nivel internacional y reconociendo la diversidad de tipos de doctorados y proyectos que existen.

Para ello es clave que los criterios sean flexibles, que no establezcan restricciones que terminen rigidizando y debilitando incluso los programas que se imparten, con la mirada puesta solo en un tipo modelo de doctorado. Una visión integral de nuestra educación superior, con mirada crítica, de manera de revisar los mecanismos, procesos y políticas que tenemos; nos permitirá hacernos cargo de los desafíos de cada tiempo, adecuándonos y construyendo las mejoras para una educación de calidad.

Leer columna en El Mercurio.


Escrito por Magdalena Vergara Vial

Ex directora ejecutiva de Acción Educar