El subsecretario de Educación Superior ha afirmado que “tenemos que aprender de la generación de los años 60, que entendió la masificación de la educación superior como parte de una política de desarrollo industrial”.
(Leer columna en El Mostrador)
El Gobierno del Presidente Boric ha insistido en que, durante el primer semestre de 2024, buscará “modernizar” el sistema de educación superior. La reforma asociada a dicho objetivo consistiría, entre otros ajustes de relevancia para el funcionamiento del sector, de un cambio en el financiamiento.
Respecto de un eventual proceso, el subsecretario de Educación Superior ha afirmado que “tenemos que aprender de la generación de los años 60, que entendió la masificación de la educación superior como parte de una política de desarrollo industrial”. Más allá de la tesis de que el sistema de educación superior no ha respondido a las demandas del mercado laboral, respaldada por escasa evidencia y funcional a un ánimo de control estatal sobre el sector productivo, resulta de interés analizar brevemente el financiamiento público de la educación superior.
Hoy en día, los estudiantes de educación superior ven financiados sus estudios de diversas formas:
La autoridad ha expresado la intención de extender el mecanismo de financiamiento de la gratuidad a deciles superiores, condonando la deuda asociada al Crédito con Garantía Estatal (CAE), eliminando el copago e implementando un elemento de devolución de los recursos a través de impuestos. Frente a eso, resulta crítico establecer ciertos puntos sobre la reforma que intentará el Ejecutivo durante la primera parte del 2024.
En primer lugar, es debatible si esta reforma debe ser una prioridad en el escenario educativo actual. El Gobierno no ha sido capaz de revertir los problemas más graves y coyunturales del sistema educativo, derivados de las distintas dimensiones de la crisis del Covid-19. En preescolar, la cobertura cayó por primera vez desde 1992 entre los niños de 3 a 5 años de edad; frente a eso, no ha habido una respuesta decidida o eficaz por recuperar lo perdido —una constante en el desempeño de la Subsecretaría de Educación Parvularia. En el sistema educativo de básica y media, por otro lado, hemos observado pérdidas brutales de aprendizajes, deserciones masivas de estudiantes, la continua proliferación de la violencia escolar y una pérdida de sentido respecto del rol de las familias y de las escuelas. En esto, la acción del Ministerio de Educación no sólo ha pecado de insuficiencia; ha sido negligente. ¿Conviene realmente al escenario dramático de nuestra educación escolar hablar hoy del financiamiento de los estudios superiores?
Lo anterior no implica que no existan múltiples problemas en cómo se financia públicamente la educación terciaria. Más bien, ese es el segundo elemento que se debe considerar: el enfoque de la intención del Ministerio es errado. Hoy la gratuidad presenta gravísimos y múltiples problemas de diseño, impide la orientación del sistema al desarrollo institucional y da lugar a arbitrariedades en la regulación. Extender estos problemas al resto del sistema lesionaría gravemente la capacidad de desarrollo de sus instituciones. Una reforma del sistema de financiamiento debería apuntar a resolver problemas como el costo de la sobre duración de carreras de estudiantes con gratuidad, los límites de aranceles para no beneficiarios y las inversiones necesarias para implementar los nuevos estándares y criterios de acreditación, entre otros.
En tercer lugar, una reforma que implique la condonación de la deuda asociada al CAE siempre será altamente irresponsable como política pública, por dos razones:
Un sistema de financiamiento de la educación superior debe tener tres principios mínimos: