Por Magdalena Vergara, directora ejecutiva de Acción Educar.
Es clara la tensión que existe en la discusión del proyecto de ley que busca realizar correcciones al Sistema de Admisión Escolar (SAE), tensión que no se refiere a si tocar o no el legado de la ex Presidenta Michelle Bachelet, sino que pone de manifiesto las diferencias que tenemos a la hora de hablar de educación y lo que esperamos de ésta.
Uno de los temas que nos enfrenta es cómo abordar la calidad de la educación y las oportunidades que se entregan a los estudiantes. La evidencia nos ha mostrado la relevancia que tiene el nivel socioeconómico dentro de los resultados académicos, dejando a los establecimientos educacionales un desafío importante: que luego de la trayectoria escolar el lugar de proveniencia no se refleje en los logros educativos del estudiante.
La Ley de Inclusión Escolar buscó dar una solución a estas desigualdades eliminando el copago y la selección por parte de los colegios, factores que serían los responsables de provocar una mayor segregación. De esta manera el SAE se presentó no sólo como un mecanismo de asignación de cupos y distribución de la matrícula, sino que como un instrumento que corregía las discriminaciones entregando iguales oportunidades de acceso a todos los estudiantes. Además, entendía que esa igualdad sólo podría darse al interior de establecimientos y aulas totalmente heterogéneas. Aquí la importancia de un mecanismo ciego que no haga ningún tipo de distinción entre los postulantes y neutralizando toda diferencia que no sean los criterios de priorización establecidos por la ley. Por esto algunos consideran que los cambios que se quieren introducir, tanto la selección por mérito como por proyecto educativo, son totalmente injustos.
Sin embargo, la tarea de corregir las inequidades que provienen desde la cuna no pueden recaer en un único instrumento -en este caso el SAE- que más que hacerse cargo de ellas, las neutraliza. En esto, el rol de la educación parvularia es crucial.
Recientemente estuvo en Chile la académica Kimberly Noble, neurocientífica de la Universidad de Columbia, quien habló de la importancia de la educación en la primera infancia y cómo ésta podría ayudar a revertir las diferencias por razones socieconómicas que se presentan en los niños. No obstante, en nuestro país, este nivel educativo ha sido postergado por años. La cobertura entre los 2 y 4 años es de 45% muy por debajo del promedio de la OCDE (65%) y además es dispar según nivel socioeconómico, siendo mayor la cobertura en los sectores más altos. Para revertir esta cifra, el Ejecutivo presentó un proyecto de ley que establece un sistema de subvenciones para los niveles medios -niños entre 2 y 4 años-, iniciativa que busca mejorar tanto la calidad de los jardines infantiles como aumentar la cobertura. Cuestión a todas luces urgente en nuestro sistema.
Fortalecer la educación parvularia pone realmente a los niños primero en la fila y resuelve de manera temprana conflictos que hoy tensan la discusión de nuestras políticas públicas. Si esto se logra, el SAE no tendría que verse enfrentado a combatir con el factor socioeconómico eliminando toda diferencia entre los niños y quitándole la posibilidad a los colegios de velar por su propio proyecto educativo. Es clave para ello comprender las distintas etapas de la educación de manera integral y entender que las mejoras en educación no pueden ser inmediatas, sino de largo plazo.
Es necesario nivelar la cancha desde la primera infancia.