Columna en La Tercera: ¿Quién decide qué es una universidad?

Por Daniel Rodríguez, investigador Acción Educar.

Durante un seminario, la Ministra de Educación declaró que la reforma a la educación superior definirá que toda universidad debe tener “investigación y vinculación con el medio, no solo formación docente”, lo que según un criterio de acreditación estricto incluye sólo 19 de las 62 universidades existentes. Estos dichos parecen ir en la misma línea de frases anteriores de la secretaria de Estado, que indicó hace un tiempo que “no queremos nunca más universidades chantas”, sin nombrar cuáles merecerían este florido adjetivo. ¿Cómo interpretar estas declaraciones? La más evidente es que la voluntad del gobierno es que no todas las universidades que hoy existen (no sabemos cuáles) sigan siendo universidades después de la reforma.

¿Son estas afirmaciones motivo de pánico? A primera vista, no. El hecho que no se indique exactamente cuáles son las universidades que deberán dejar de serlo hace pensar que se trata más bien de recursos retóricos propios de la demagogia, algo así como echarle la culpa al diablo. En lugar de reconocer que nuestro sistema tiene aspectos muy positivos, otros no tanto y algunos derechamente malos que requieren solución, lo que la autoridad hace es culpar a una entidad anónima de todo lo malo. Algo similar hacen las universidades del Estado cuando hablan del mercado. Así, hacen creer que el hecho que muchos estudiantes prefieran sistemáticamente universidades privadas por sobre las estatales sería culpa del mercado, y la solución, eliminarlo. Estas cuñas son comunicacionalmente exitosas, pero pocos se atreverían a enfrentar a los estudiantes y decirles que su universidad ha sido declarada “chanta” y que ahora obtendrá un título de evidente menor prestigio en el mercado laboral.

Pero hay un aspecto preocupante. Este discurso ha calado en algunos rectores y académicos. Varios han aprovechado la oportunidad para salir a decir al mundo que sus universidades son “complejas” y merecen dicho nombre, mientras que varias del resto no. Esto bordea lo ridículo: para estándares de países desarrollados con suerte dos universidades chilenas son complejas. El delirio ha sido tal que el rector de una universidad estatal con 4 años de acreditación y dos programas de doctorado acreditados pretendió dictar cátedra sobre las universidades complejas en la versión impresa de este diario.

La única explicación razonable es la tentación de ciertos rectores y académicos por eliminar la competencia por decreto y establecerse como el modelo único de universidad. Un menor número de universidades implica menos participantes (y menos codazos) en la gran piñata de los fondos estatales, y por lo tanto más recursos para cada una. Es lamentable que la lógica del desprecio y la discriminación se haya instalado y no seamos capaces de valorar el rol que cumple cada institución en un sistema universitario diverso que se encuentra en desarrollo.

Los rectores de las universidades chilenas debieran comprender que hay una amenaza que se cierne sobre ellos y que probablemente los afecte a todos. La fijación de aranceles y la consiguiente estandarización de la educación superior, una gratuidad insustentable en el tiempo que deja un déficit financiero permanente en varias instituciones, una superintendencia con facultades y discrecionalidad casi monárquicas y un sistema de acreditación directamente comandado por la autoridad política es lo que les espera, complejas o no. Más vale que se pongan de acuerdo.

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Escrito por Daniel Rodríguez Morales

Director ejecutivo de Acción Educar.