Columna en La Tercera: ¿violencia vs educación?

Escrita por Simón Pinto, investigador de Acción Educar

(Leer columna en La Tercera)

Para alcanzar los objetivos de aprendizaje esperados, es necesario contar con un proceso educativo que sea constante, permanente y responsable. Desde el año 2019 en muchos colegios de nuestro país, estos procesos se han visto alterados, interrumpiéndose reiteradamente las clases presenciales y las actividades pedagógicas, lo que ha generado un clima de vacilación, afectándose gravemente la educación de miles de estudiantes. A raíz del paro de profesores, las movilizaciones y paralizaciones del estallido social, ese mismo año algunos establecimientos llegaron a perder 60 días de clases.

Existe un diagnóstico transversal del “terremoto” que produjo la pandemia en todo el sistema educativo, volviéndose un escenario de irregularidad e incertidumbre, lo que debilitó aún más los procesos de aprendizaje. En marzo de 2022 la expectación era alta, pues los colegios volvían a las clases presenciales y pudimos ver algunas luces de normalidad, sin embargo, rápidamente hechos de violencia y conflictos de convivencia escolar fueron escalando al interior y fuera de cientos de establecimientos. El escenario se volvió a repetir: términos anticipados de la jornada escolar y suspensiones de clases, es decir, los procesos de aprendizaje nuevamente se vieron alterados.

Luego de un adelanto y extensión de las vacaciones, partía el segundo semestre y los “overoles blancos” hicieron lo suyo en pleno centro de Santiago: destrozos, enfrentamientos con Carabineros, quemas de buses y agresiones a transeúntes. ¿Y las clases?, suspendidas por la violencia.

La semana pasada volvimos a ver imágenes parecidas a las del 2019. Estudiantes de liceos emblemáticos interrumpiendo el funcionamiento del Metro, marchando y protestando por la Alameda. ¿Actitud pacífica? Nada. Fue como un huracán: rayados, vidrios rotos de locales comerciales de las calles aledañas, al menos dos buses incendiados y una transeúnte resultó agredida y violentada al increparlos. ¿Y las clases? Una vez más suspendidas por la violencia. ¿Y qué dijo el ministro de Educación?, la culpa es de los padres. ¿Y el proceso de aprendizaje? Una vez más alterado.

Si la tónica se repite de aquí a fin de año, serán cuatro años de procesos educativos “a medias”, irregulares e interrumpidos, los que, a largo plazo, generarán efectos negativos en los estudiantes. No estamos hablando solo de pérdida de aprendizajes, sino también en la forma de relacionarse, afectándose significativamente el clima escolar.

Adicionalmente, cabe destacar que ya es prácticamente un hecho que la alteración del orden público, las manifestaciones violentas, las interrupciones de los procesos educativos, son la única forma efectiva para manifestarse. ¿Es ese ejercicio de ciudadanía el que queremos transmitir? Claramente no, pero pareciera que algunos sectores políticos sí.

Los procesos de aprendizaje deben mantener una permanencia, regularidad y constancia tal que permitan efectivamente el desarrollo de las personas, así como estar alejados de la violencia, algo que hoy lamentablemente está en duda.

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Escrito por Simón Pinto Flores

Investigador legislativo