Por Raúl Figueroa, director ejecutivo de Acción Educar.
La semana pasada se dieron a conocer los resultados preliminares del sistema de admisión escolar que se implementa por primera vez en cuatro regiones, y por segunda vez en Magallanes. Los datos entregados por el Ministerio se informaron de manera optimista, haciendo ver que el 85% de los postulantes habrían quedado en alguna de sus preferencias y 58% en su primera preferencia. También se indicó que a más de 6.000 familias el mecanismo no les asignó un establecimiento dentro de sus preferencias.
La verdad es que estos datos informan muy poco del verdadero funcionamiento del sistema de admisión. Esto es en alguna medida porque la mayoría de las veces el análisis se ha centrado en la operación de alguna de sus partes, pero no en si el mecanismo nos lleva a mayores niveles de bienestar.
En primer lugar, no contamos con información fidedigna sobre el escenario anterior al sistema de admisión. En términos de estudios, se cuenta con poco más que ciertas encuestas respecto de la operación de la selección escolar que hacían los colegios. Nadie sabe con certeza la magnitud del fenómeno, en particular, hasta qué punto los colegios subvencionados estaban en condiciones de seleccionar cuando en la práctica tienen todos los incentivos por atraer más estudiantes. Tampoco es posible separar con claridad la selección que teóricamente hacían los colegios con la autoselección de los padres ni el filtro que implica el copago. No existe ninguna manera seria de decir que el sistema centralizado de admisión escolar funciona mejor que el anterior, porque sabemos muy poco de este último. Así, y sin un cierto grado de ironía, el hecho de que los indicadores de primera preferencia en el país sean más altos que los de otras naciones parece indicar que nunca existió demasiada selección en un inicio, y que la forma de asignación de cupos anterior, basada en las preferencias de las personas y el criterio de los establecimientos, no era tan distinta a la actual.
En segundo lugar, es temerario decir que este nuevo sistema de admisión es más coherente con la libertad de enseñanza que el anterior. Si uno analiza conceptualmente la diferencia entre ambos, se encuentra con que el núcleo del nuevo sistema consiste en reemplazar, en los establecimientos con sobredemanda, el criterio propio del establecimiento por el azar. Es posible argumentar que, excluyendo la discriminación arbitraria, permitir que sea el establecimiento el que tome la decisión de cómo admitir estudiantes es más coherente con principios como la libertad de crear y desarrollar un proyecto educativo, la autonomía de los establecimientos educacionales y con la diversidad de nuestra oferta escolar, que simplemente el azar. Además, en un país marcadamente desigual y con un sistema escolar heterogéneo en su calidad y rendimiento, el azar es difícilmente un criterio que asegure, a priori, más justicia que el criterio de los establecimientos. Es una aparente justicia de proceso (asumiendo que el azar es justo), pero no de resultados, que es lo que finalmente importa.
Uno podría preguntarse dónde está el diagnóstico en el cual se basó esta política pública. Ello nos lleva a confirmar que fue impulsada sobre bases ideológicas más que técnicas. Esto no es necesariamente malo, pero permite que el sistema de admisión también sea cuestionado desde una perspectiva eminentemente política: de hecho, es de ahí de donde proviene la crítica de la “tómbola”. Esta no puede ser descartada como una caricatura, sino como un posicionamiento valórico y político. Asimismo, la idea de reformar este mecanismo tampoco puede interpretarse como un “retroceso”, dado que bajo el barniz de un criterio técnico, se esconde un posicionamiento político totalmente opinable en la discusión pública. Aquí no hay verdades absolutas.
Mirando hacia adelante, ¿qué datos deben transparentarse para saber un poco más del funcionamiento del sistema de admisión escolar? Al menos, debemos saber en cuántos establecimientos existe sobredemanda, la magnitud de ésta y la distribución espacial de dichos colegios. Sin embargo, resulta más importante indagar sobre los criterios de selección de los padres que eligieron los establecimientos con sobredemanda, y ver maneras para dar más oportunidades a los estudiantes de acceder a ellos, por ejemplo, entregando más financiamiento que permita su expansión. Es de toda lógica que los establecimientos más preferidos puedan ampliar su matrícula y su proyecto, y que sean apoyados por el Estado en esta labor, sean municipales o particulares subvencionados.