Esta semana se dieron a conocer los resultados de la última clasificación de universidades en el mundo, donde la región no muestra mayores mejorías. Es más, “el panorama general va en declive”, asegura Baty.
Cuando se es un investigador latinoamericano, recuperar material de laboratorio quebrado puede ser toda una odisea. “Quienes trabajan en universidades de la región reportan tener que esperar varios meses para lograr tener su equipo reparado”, cuenta Phil Baty.
Como director del ranking de universidades que anualmente elabora la firma británica Times Higher Education, sabe que la burocracia es una de las principales trabas que enfrentan las instituciones de este lado del mundo. A ello se suman los pocos recursos que se suelen destinar a las universidades.
Por eso, cuando esta semana se dio a conocer la más reciente clasificación de Times -que incluye mil universidades provenientes de 77 países-, Baty fue enfático en sus palabras. “Las universidades de América Latina reciben bajos niveles de financiamiento y altos niveles burocráticos. Y esto se refleja en la tabla de este año. Si bien hay signos de mejoría por parte de algunas instituciones, el panorama general de América Latina va en declive”.
Con 21 universidades en la lista, Brasil es líder en la región, aunque con un número de establecimientos menor al del año pasado, cuando 27 de sus instituciones figuraron en la clasificación. Lo mismo pasó con México, que cayó de siete a tres universidades. El ranking muestra que aunque Colombia destaca con cinco instituciones, dos de ellas descendieron en la franja si se les compara con la medición de 2016.
Posición marginal
El caso de Chile es singular: aunque con 13 universidades es el segundo país de la región con más instituciones clasificadas, al analizar los resultados se ve que varias de ellas también cayeron en la tabla de posiciones.
Si el año anterior las universidades Católica y Federico Santa María se ubicaban en el puesto 401 a 500 -no se entrega un número exacto-, este año ambas figuran en el de 501 a 600. La Universidad de Chile pasó de la franja 501 a 600 a la de 601 a 800, mientras que la Austral, de Concepción y de La Frontera pasaron de 601 a 800 a la de 801 a mil.
“Al tratarse de un ranking fuertemente basado en la reputación e investigación de alto impacto -ver criterios en el recuadro-, el resultado refleja que en el escenario global universitario, las instituciones chilenas tienen una posición marginal. No quiere decir que sean malas universidades o que nuestro sistema no cumpla con sus propósitos, pero sí que están en la periferia de las redes de creación de conocimiento a nivel global”, cree Daniel Rodríguez, investigador de Acción Educar.
“La investigación es escasamente una prioridad para las universidades latinoamericanas, tradicionalmente más napoleónicas o enfocadas en la formación de profesionales”, agrega Rodríguez.
“En comparación al gasto que destina el país a la investigación y el desarrollo -menos del 0,5% del PIB- no estamos mal”, dice Daniela Véliz, académica de la Facultad de Educación de la Universidad Católica. “Lo que pasa es que se hace difícil competir con universidades como las asiáticas, que en el último tiempo han hecho políticas intencionadas para tener más universidades de clase mundial. En China, por ejemplo, se tomó la decisión de invertir mucho más en investigación”.
En la medición de este año, dos centros chinos -la Universidad de Pekín y la de Tsinghua- aparecen entre los mejores 30.
“China, Hong Kong y Singapur están invirtiendo de manera significativa en sus sistemas de educación superior. Este año, prácticamente todas las universidades en estas tres regiones mejoraron sus resultados en la clasificación, lo que da cuenta de su inversión y compromiso”, explica Phil Baty, quien advierte que de no fomentar este tipo de políticas en Latinoamérica, es probable que ocurra una fuga masiva de talentos. En sus palabras, un brain drain .
“Nuestro sistema tiene un gran potencial para crecer en investigación e impacto, pero hacen falta políticas más robustas en este sentido. La reforma educacional carece de incentivos que promuevan la investigación de alto impacto en las universidades”, indica Rodríguez.
“Es prioritario invertir más y contar con políticas más articuladas en torno a cómo se va a usar esa inversión”, concuerda Véliz.