La plata es clave: sólo un tercio de los jóvenes de más bajos ingresos accede a la educación superior.
La mayoría no estudia
Si sumamos a todos los chilenos entre 18 y 24 años, tenemos a 1.972.890 personas. Podríamos suponer que la mayoría de estos lolitos está estudiando, ¿o no?
No pues: de ese total, tenemos la certeza de que sólo 777.072 figuran como matriculados este 2016 en carreras de pregrado en instituciones de educación superior.
O sea, 1.195.818 jóvenes que podrían estar estudiando en universidades, institutos profesionales (IP) y centros de formación técnica (CFT) no lo está haciendo. Algunos de ellos -los menos- quizás cursan un posgrado; la mayoría probablemente se puso a trabajar apenas salió del colegio porque no tenía otra opción y un porcentaje no menor pertenece al mundo ‘nini’ de quienes ni trabajan ni estudian.
Los mitos
Estas cifras fueron reveladas en un encuentro organizado por Vertebral, entidad que reúne a los IP y CFT acreditados. ¿Su meta? Desmentir una serie de mitos sobre la educación superior técnico profesional.
¿Un ejemplo? ‘La cobertura del sistema es alta y no es razonable que crezca más: falso’.
Según datos de Vertebral, este 2016 la educación superior chilena acogió al 60% de los recién salidos del colegio. No es poco, pero la cobertura está muy mal distribuida. Entre las familias de menores ingresos (primer quintil), apenas 1/3 de los jóvenes sigue estudiando. Y así la cobertura va subiendo a medida que aumentan los ingresos.
En otras palabras: mientras mayor sea el sueldo de los padres, se multiplican las posibilidades de que su hijo estudie una carrera. Y así van quedando cientos de miles de chilenos que nunca tienen la posibilidad de sacar un diploma.
Arnoldo Imalay, rector del CFT e IP de la Cámara de Comercio de Santiago, advierte que estas cifras son preocupantes: ‘Muchos comienzan a trabajar por la necesidad de generar ingresos para su familia, pero también hay muchos que no estudian ni trabajan. Creo que en ellos debe estar el foco. Es necesario generar motivación e informar a la gente sobre las posibilidades que tienen, las oportunidades de becas y programas de estudios superiores gratuitos como el +Capaz del Sence’.
Estudiar y trabajar
Otro de los datos que resalta es que cerca del 50% de los alumnos de la educación técnico-profesional estudian y trabajan simultáneamente: sea para pagarse los estudios o porque, tras un tiempo trabajando, quieren formalizar sus conocimientos.
Paradójicamente, esta valiente opción muchas veces conlleva un cacho. Por ejemplo, trabajar les puede impedir acceder a beneficios estatales. Lo explica Patricia Noda, secretaria ejecutiva de Vertebral: ‘Al generar ingresos, estos estudiantes no califican para la mayoría de las becas que otorga el Estado ni para la gratuidad’. A ello se suma que para recibir un título técnico o profesional se exigen muchas horas de clases en aula, que a los estudiantes/trabajadores les cuesta cumplir. ‘Es un error, porque no se validan las horas de trabajo en su empresa ni las clases de modalidad semipresencial’, acota Noda.
Medidas a futuro
No todo es malo, por cierto. El director ejecutivo de Acción Educar, Raúl Figueroa, concuerda en que aún a la población más vulnerable le cuesta un mundo estudiar después del colegio. ‘Sin embargo, la presencia de los quintiles más bajos en la educación superior chilena es la más alta de América Latina y se ha multiplicado por 8 desde 1990’, subraya.
Para seguir creciendo, propone dos medidas: 1) Aumentar las becas y beneficios para los alumnos de la educación técnica, ‘puesto que concentran la mayoría de la gente de escasos recursos’; 2) Mejorar la base de conocimientos que se entrega en la educación media, ‘puesto que estas personas aunque lleguen a ingresar a la educación superior, no se mantienen en ella porque la exigencia es muy alta’.
Noda, por su parte, añade que un buen incentivo sería premiar a quienes trabajan, estudian y mantienen una familia ‘considerándolos como sujetos de financiamiento y créditos, puesto que sus ingresos no se dedican únicamente a pagar los estudios’.