Egresados de cuatro décadas distintas repasan las causas de la crisis y ofrecen soluciones, que van desde un claustro hasta una refundación.
Aunque son fieles defensores de su colegio y no ocultan que egresaron del Instituto Nacional, cuando se les pregunta si pondrían a sus hijos o nietos en el liceo emblemático, hay, al menos, una duda. Incluso, se escuchan varios ‘no’.
‘El Mercurio’ reunió a siete exalumnos de distintas generaciones para abordar la crisis que vive el establecimiento de Santiago. Acudieron el expresidente de la Asociación de Bancos Jorge Awad (egresado en 1962); el abogado Darío Calderón (1963); el dramaturgo Marco Antonio de la Parra (1968); el fundador de Acción Educar, Miguel Bejide (1969); el expresidente del Banco Internacional Julio Jaraquemada (1970); el economista Sergio Urzúa (1994) y el exdirector del Instituto Nacional de Derechos Humanos Branislav Marelic (2003). Una cosecha de más de cuatro décadas de cepa institutana.
La duda que tienen es razonable, considerando que durante cuatro días consecutivos -entre lunes y jueves de la semana pasada- Fuerzas Especiales de Carabineros se convirtió en parte del día a día del Instituto Nacional. Los policías estaban en los alrededores, en el ingreso e incluso, en los techos. La medida la tomó la Municipalidad ante la escalada de graves disturbios que han afectado al colegio este año.
La decisión de tener presencia policial constante -que no se aplicó el viernes, tras alcanzar acuerdos con los alumnos- llegó tras meses en que apoderados fueron amenazados y jóvenes se quemaron manipulando bombas molotov. En mayo, la dirección del instituto admitió estar ante ‘una violencia que nunca habíamos observado’.
Jaraquemada explica su negativa a elegir el colegio en este momento: ‘¿Para qué voy a arriesgar a mi nieto? Aunque Carabineros me asegure que no va a caer una molotov, el cabro va a ir a clases 90 días de los 300. Entonces, ¿para qué?’.
Awad da un paso en la dirección opuesta y dice con firmeza: ‘Lo haría, de todas maneras. Con apoderados que tengan la camiseta puesta, esto se transforma’. Eso sí, lo haría con una condición y la remarca golpeando la mesa con el puño: ‘Si tengo a mi hijo y a mi nieto en el colegio, ¡lo primero que pido es que se haga una cuenta pública!’.
El más joven de la mesa, Marelic, interviene con los ojos puestos en el futuro del IN y su transición a mixto. ‘No es algo que se tenga que refundar; no creo que sea una crisis tan profunda. Creo que vamos a poder salir adelante. Y, de hecho, espero que mi hija pueda entrar’, dice.
‘No se puede asumir que el IN se tiene que marcar como una cárcel’
A juicio de Darío Calderón, los carabineros ‘llegan tarde. Se reaccionó demasiado tarde, porque los que están cometidos son delitos’. La presencia de encapuchados entre estudiantes ya le parece insólita. Afirma que, en sus tiempos, ‘éramos bandidos’, claro que sí. Pero siempre a cara descubierta’.
Para Miguel Bejide, el nivel de violencia refleja un cambio social, que va más allá del colegio. ‘Es una suerte de complejo con el concepto de autoridad, que de alguna manera se tiende a confundir con autoritarismo (.) Cada vez que se pierde la autoridad, se produce un caos’, analiza.
Marca el contraste con lo que él vivió como alumno, en los 60: ‘Había efervescencia política. En mi curso se discutía acaloradamente y con el debido respeto, pero siempre se mantuvo la autoridad’.
Branislav Marelic coincide y afirma que ‘el instituto refleja lo bueno y lo malo que está pasando en nuestra sociedad, muchas veces’. En ese sentido, cree que los choques entre alumnos y policías, dan cuenta de ‘un fracaso total del diálogo’.
‘La medida de solución para ese fracaso es policial, y lo que esto va a incentivar es una mayor desconexión’, advierte.
El exdirector del Instituto Nacional de Derechos Humanos ve aquí ‘un círculo vicioso. Entre más carabineros haya, habrá más violencia y entre más violencia, más carabineros. ¿Quién es la persona racional que le tiene que poner fin a ese círculo? Me inclino más por el alcalde que por los estudiantes’.
‘No se puede asumir que el IN se tiene que marcar como una cárcel’, lamenta Marelic.
No pierden la esperanza
En una acalorada conversación de más de una hora y media, los exalumnos detectaron nudos críticos de la crisis en la que cayó el colegio, como el rol del sostenedor (ver recuadros) y la lucha por demandas que exceden el ámbito escolar. Pero ven cierta luz de esperanza. Describen al Instituto Nacional que ellos conocieron como un lugar de movilidad social, con alumnos diversos y que discutían con altura de miras en torno a sus diferencias.
‘¿Somos capaces de recuperar ese liceo? Creo que si hay voluntad, hay liderazgo y decisión’, señala Bejide.
‘Hemos vivido crisis muy superiores a esta. La memoria es muy corta, pero hemos visto descalabros mucho más grandes que este. Yo aquí lo que veo es una solución interna’, concluye Awad.
‘Está en la UTI, pero puede recuperarse’
Jorge Awad está convencido de que la respuesta es una: ‘A nosotros nos tocó vivir claustros en la universidad y la verdad es que son la solución a los grandes problemas’. En esta instancia, plantea, deberían participar alumnos, profesores, autoridades del Mineduc y el alcalde.
Para Sergio Urzúa la salida es otra. ‘Ha habido esfuerzos, recursos, pero hoy más que nunca, qué duda cabe, esto tiene que refundarse’, dice. Recalca que el liceo ‘no es una causa perdida. Sí, está en la UTI, pero puede recuperarse’, admite, y afirma que la clave está en el trabajo del nuevo equipo directivo, que deberá estar ‘dispuesto a dar peleas’ y reclutar a profesores de excelencia.
Además, remarca el economista, ‘el nuevo líder tiene que conectar a la comunidad institutana. Ese es un gran capital del establecimiento, que rara vez se coordina’.
A juicio de Branislav Marelic, se debe contemplar el hecho de que ‘lamentable o afortunadamente, no es un colegio como todos. Por su cantidad de personas y la historia que carga, no se puede administrar de la misma forma’.
El rol de los sostenedores y el origen de ‘la debacle’
Sergio Urzúa destaca un antecedente: ‘El inicio de las tomas y la respuesta frágil y débil de la autoridad (el responsable último del liceo es el sostenedor) es importante. El debate que tuvo, lamentablemente, la alcaldesa Carolina Tohá va a quedar en la historia. No sé si será el inicio, pero es un hito en la progresiva declinación’. Esto, en referencia a la decisión que tuvo la exalcaldesa de aceptar por un momento las ocupaciones si estas eran votadas por la mayoría del alumnado.
Coincide Darío Calderón, quien dice que ‘esa fue la semilla’. Urzúa agrega que ‘en parte, la debacle se aloja en el desamparo y los errores de muchos alcaldes’ y que hoy el edil Felipe Alessandri ‘tiene la oportunidad de revertir el desastre’.
Jorge Awad ve poca claridad en las responsabilidades: ‘Cuando en una institución no está claro quiénes gestionan y quién es el dueño, se producen estos desastres’. Y plantea que ‘le diría a la ministra de Educación que diseñe un gobierno corporativo para este colegio’. Es más duro aún con el sostenedor: ‘Le exijo que haga una rendición pública de lo que ha hecho, desde que asumió, en el IN’.
Calderón le contesta que la gestión tiene un nombre: Fernando Soto, el rector. Aunque añade de inmediato: ‘Expira el 31 de agosto, es un yogur. No tiene ninguna autoridad’.
Awad insiste en que fue por la falta de liderazgos que se inició el problema: ‘Aquí estamos en la pieza oscura y entra cualquiera’.
‘En nuestra época’-interviene Julio Jaraquemada, de la clase del 70- ‘no pasó porque teníamos al rector, él tenía liderazgo y pedía ayuda cuando la requería’.
Una amenaza al concepto de movilidad social
Entre exalumnos genera suspicacia el nivel de organización tras los desórdenes. ‘Creo que aquí son todos cómplices. Me cuesta creer que el presidente del Centro de Estudiantes no sabe nada’, cuestiona Julio Jaraquemada.
‘El rector tampoco sabe. Decía que hay una mano al menos curiosa, porque se producían eventos en otros colegios’, añade, en referencia a la jornada en que a la misma hora hubo incidentes en el IN y en el Liceo de Aplicación.
Miguel Bejide acota: ‘Hay una mano invisible’.
En la conversación se repite la idea de que hay externos involucrados. Imágenes como la quema del estandarte en el patio los impulsan a pensarlo. ‘No lo haría jamás un institutano’, dice Marco Antonio de la Parra, y el resto lo secunda: ‘Jamás, jamás’.
El dramaturgo afirma que se trata de ‘un grupo que algo está haciendo, y es desmantelar una idea de educación para todo el mundo’. Para él, hay un ataque ‘a toda una idea de movilidad social’.
‘Siento que hay algo brutalmente sospechoso en que, de repente, un grupo pequeño elija tan bien su blanco (.). Me pregunto quiénes son los ideólogos, porque funciona muy bien. Atacan un sistema’, plantea De la Parra.
-¿Funciona muy bien para ser pensado por secundarios?
‘No saben manejar muy bien las molotov, pero parece que aprendieron. Alguien les enseñó, pero no solo con los tutoriales de YouTube. Aquí hay algo más’, dice.
-¿Adultos, por ejemplo?
‘Adultos, entrenamiento’, postula. Y agrega: ‘Podemos cambiar rector, alcalde, refundar el colegio. Pero el liceo se convirtió en un blanco’.
De forma unánime, afirman que no se entienden cuáles son las demandas de quienes protestan con violencia. Darío Calderón revisó el petitorio del Centro de Estudiantes. ‘El 60% son tareas ajenas al instituto, problemas de índole nacional’, concluye. Reconoce que es indispensable hacer mejoras en infraestructura y también cree que es justo actualizar las materias que se estudian en el liceo, pero insiste: ‘Todo el resto son cosas ajenas’.
Frases destacadas
“Me impresionan mucho más los tipos que tiraban bombas arriba del techo (.) Me sorprende que no hayan llegado los carabineros antes’, Julio Jaraquemada, expresidente del Banco Internacional.
“Esa es la gran esperanza: un rector o rectora que tenga liderazgo para entender a todas las fuerzas del proyecto educativo: padres, docentes y alumnos”, Miguel Bejide, presidente del directorio de Acción Educar.
“Tampoco hay apoderados que quieran condenar ciertos actos de violencia producidos por sus propios hijos, y eso es un problema de la sociedad'”, Branislav Marelic, exdirector del Instituto Nacional de Derechos Humanos.
“Debiera llamarse a un claustro que dure 180 días. Ninguna solución se va a encontrar en uno o dos meses”, Jorge Awad, expresidente de la Asociación de Bancos.
“En parte, la debacle del instituto se aloja en el desamparo y los errores de muchos alcaldes”, Sergio Urzúa, economista e investigador de Clapes UC.
“En ese momento (2013) estaban naciendo estos brotes. Lamentablemente, la alcaldesa de la época no tuvo la fuerza y energía para corregir”, Darío Calderón, abogado.
“El colegio se convirtió en un blanco. Esto no es la Revolución Pingüina”, Marco Antonio de la Parra, dramaturgo y psiquiatra.