Académicos de las universidades de Chile y Humanismo Cristiano analizaron las respuestas de cinco mil apoderados de 46 colegios en comunas vulnerables de la RM. Según la investigación, ya se evidencian síntomas depresivos en los escolares, cuyos padres han detectado cuadros de tristeza, irritabilidad, falta de ganas, problemas para dormir e inapetencia, con una frecuencia inédita.
Por R. Gálvez y B. Castillo
A 15 meses de su llegada a Chile, los efectos de la pandemia saltan a la vista en diversos ámbitos de la sociedad y la vida. La salud mental de los niños -con el cierre de sus colegios, el encierro y la reducción casi total de sus relaciones sociales- es uno de ellos. Y donde ya se detecta un complejo impacto.
Así lo revela un estudio desarrollado por académicos de las universidades de Chile y la Academia de Humanismo Cristiano, que fue publicado en la Revista Chilena de Psiquiatría y Neurología de la Infancia y Adolescencia.
La información se recabó a partir de los cuestionarios que elaboraron el centro de estudios Acción Educar y el Departamento de Educación Pública del Ministerio de Educación, los que fueron respondidos por 4.772 apoderados de prekínder a cuarto básico, de 46 colegios públicos de Cerro Navia, Lo Prado y Pudahuel, en la Región Metropolitana.
El análisis de los datos muestra que la llegada del coronavirus gatilló un aumento significativo de síntomas como tristeza, falta de ganas, cambios en el apetito y problemas para dormir en los niños de entre cuatro y 11 años. Y para los realizadores del estudio, esto podría dar cuenta de la presencia de síntomas depresivos.
“Lo preocupante es que encontramos que un quinto de los niños tuvo síntomas que aparecieron durante la pandemia, antes no los tenían. Y estamos viendo que los jóvenes prepuberales se están comportando con mucha sintomatología depresiva, particularmente mujeres”, dice Muriel Halpern, siquiatra infantil y del adolescente y una de las autoras del estudio en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.
La revisión científica mostró que el 20,6% de los estudiantes evolucionaron de no presentar síntomas a tener al menos uno. En ese sentido, los síntomas que más aumentaron fueron el estar triste (24,6%), falta de ganas, incluso, para actividades que les gustan (29,5%), cambios en el apetito (26,4%) y problemas para dormir (26,4%). En tanto, un 16,3% declaró que durante la pandemia aparecieron pesadillas y el 15,4% respondió que el hijo comenzó a hacer cosas que ya había dejado, como orinarse, pasarse a la cama de los padres durante la noche o chuparse el dedo.
“Los niños han estado bastante agobiados y desesperados. Los estresores son directos, como el cambio del sistema diario, el confinamiento, el no asistir regularmente a clases, eso es poco natural. Y los estresores indirectos son los que se relacionan con el estado de tensión a diario, por el riesgo de la enfermedad, y también vinculado a las familias y padres, el estrés de ellos, el no poder conectarse con la naturaleza o también el haber vivido la muerte de cercanos. Todo eso puede, en el tiempo, generar estrés postraumático”, añade Halpern.
Para el ministro de Educación, Raúl Figueroa, “existe evidencia, a estas alturas bastante consistente, en Chile y a nivel internacional, del impacto que la pandemia está teniendo en el desarrollo y bienestar socioemocional de los estudiantes, referido al aislamiento propio de las cuarentenas y otras medidas como la suspensión de clases presenciales y el alejamiento de los alumnos de estos ambientes”. Agrega, además, que como cartera “lo que hemos visto es que una serie de síntomas vinculados a la sensación de tristeza, falta de ganas o cambios de humor se hacen cada vez más frecuentes y se han incrementado en este tiempo”.
Los resultados de la investigación también identificaron otros síntomas como los más frecuentes durante la pandemia: irritabilidad o mal genio (71,9%), no obedecer (70,7%), cambios en el apetito (72,8%), mientras que otros, que aparecían como los más comunes antes de la pandemia, se han ausentado, como quejarse por las tareas escolares (9,2%) y de dolor de cabeza (8,4%).
“Estamos esperando que se venga un tsunami de problemas de salud mental, porque no hay resiliencia ni soporte social, estamos todos cansados. Para todos han sido una presión tremenda los duelos, los encierros, las pérdidas económicas, el estado de alerta. Eso produce un estrés crónico que genera que los sistemas de soporte también empiecen a decaer”, dice la psicóloga María Elena Montt, otra de las académicas que participaron en el estudio.
Su compañera, Halpern, expone que según lo observado, “los niños se quejan de estar tristes e irritables, ofuscados, con poca tolerancia, y eso puede significar cosas a futuro. En general, los trastornos mentales de la adultez comienzan en la niñez o en la adolescencia. Tenemos que atacarlos ahora para disminuir el riesgo”.
Pía Turner, encargada de proyectos de Acción Educar, expone que en su organización encontraron otros resultados concordantes, puesto que pudieron analizar los resultados de estos cuestionarios de alrededor de 1.300 estudiantes de educación parvularia y 5.000 de educación básica y media del Servicio Local de Educación Pública de Chinchorro y que, al igual que el estudio de los académicos, “vemos que para todos los niveles se reportan altos porcentajes de niños y adolescentes con síntomas negativos”.
El futuro
Los resultados observados tienen en alerta a los entendidos y también a las autoridades, que miran con preocupación lo que pueda ocurrir con este grupo.
“Hay que observar cómo esto va a repercutir con cosas que se asocian a fracasos académicos, menor capacidad de trabajar en sus estudios, una baja en la autoestima, riesgos de comportamientos autoagresivos o sentimientos de soledad”, asegura la siquiatra Halpern. Y agrega: “No es solo la desconexión con los demás, sino que viviendo una experiencia bien distinta del resto, estando en casa, con una ocupación limitada, habiendo marcadas diferencias entre lo público y lo privado. Se van a acumular riesgos biológicos, sicológicos y sociales”.
Figueroa añade que desde el gobierno se ha implementado la plataforma SaludableMente para abordar los casos que requieran apoyo. Y destaca que la efectividad de las medidas que puedan adoptarse desde el sector “obviamente es mayor, tal como lo señalan expertos, en la medida en que recuperemos la presencialidad (de las clases)”, porque, agrega, de la mano con la aparición de síntomas depresivos en escolares, “una de las cosas que más golpea a los niños es el aislamiento”.
Desde Acción Educar, en tanto, reseñan que “se debe priorizar la oportunidad para que (los alumnos) puedan asistir a sus establecimientos educacionales, de manera que se beneficien de salir de sus hogares a un lugar seguro y donde se supervisa el cumplimiento de las medidas sanitarias, con la interacción con sus pares, docentes y asistentes de la educación”.
“Lo que vemos cada vez más consolidado es que el impacto de la pandemia es profundo en escolares y la recuperación de los espacios presenciales es una pieza fundamental para avanzar en la mitigación. Lo hemos trabajado acompañando a las comunidades educativas, generando condiciones para que las familias puedan recuperar la confianza en que la escuela es un espacio seguro”, cierra Figueroa.
Además, la psicóloga Montt cree que dada la prevalencia de trastornos psiquiátricos, “es necesario que el presupuesto de salud mental se aproxime al 6% del erario de la cartera -hoy es del 2%- y que la salud mental tenga la misma cobertura que las patologías físicas”.
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