LUN: Dónde estudian los 1.161.222 alumnos de la educación superior chilena

Expertos le ponen buena nota a la notable alza en la cobertura de universidades, institutos y CFT.

Por O. Valenzuela

La década de los IP

En el Chile de hace una década, cuando Facebook y Twitter estaban en pañales, María Jesús Sanhueza (la Jechu) y Juan Carlos Herrera (el comandante Conejo) lideraban la ‘Revolución Pingüina’; por el Festival de Viña pasaba el grupo Franz Ferdinand y en Santiago un incendio destruía parcialmente el edificio Diego Portales, que después se convirtió en el GAM.

En ese país, que hoy parece tan lejano, había 668.532 estudiantes en la educación superior.

10 años después esa cifra casi se ha duplicado. Según el Consejo Nacional de Educación (CNED), este 2016 hay 1.161.222 alumnos matriculados en alguna universidad pública o privada, instituto profesional (IP) o centro de formación técnica (CFT).

El alza más explosiva la han experimentado los IP, que pasaron del 19,4% al 32,5% del total de estudiantes del sistema.

¿Cómo crecieron tanto?

Ernesto Treviño, profesor asociado de la Facultad de Educación PUC, lo asocia a 3 elementos: ‘En primer lugar, la mejora de las oportunidades en el sistema escolar, por lo que un mayor porcentaje de estudiantes hoy finaliza la educación media. Segundo, la educación superior se masificó con un gran número de vacantes en instituciones de educación técnica y a través de universidades privadas. Y tercero, crecieron los instrumentos de apoyo financiero para que los egresados de educación media de distintos niveles socioeconómicos tuvieran posibilidades de costear sus estudios superiores’.

Gran cobertura

Raúl Figueroa, director ejecutivo de Acción Educar, avala este último punto. ‘A partir del 2006 mejoraron los mecanismos de ayuda financiera para los estudiantes, se fortalecieron las becas y se incorporó el Crédito con Aval del Estado. La cobertura en sectores vulnerables ha aumentado mucho. Para el quintil más pobre, Chile tiene la mejor cobertura de Latinoamérica, incluso mejor que países con educación superior gratuita como Argentina’, asegura.

¿Y es bueno que tantos jóvenes estudien? Sí, responde Figueroa sin dudarlo. ‘Es positivo porque los egresados de la educación superior chilena ganan, en promedio, 2,5 veces más que un joven que sólo completa la media. Es una clara expectativa de obtener mejores rentas y lograr trabajo más rápido. Es lo que se llama el premio salarial , o sea, el beneficio en renta como consecuencia de tener estudios superiores’, detalla.

Además de los beneficios salariales, Ernesto Treviño destaca el impacto que la educación superior tendrá en las futuras generaciones. ‘Cuantas más personas tengan estudios superiores, mayores probabilidades tendrán de apoyar en el futuro a sus hijos e hijas en sus procesos educativos’, recalca.

Mathias Gómez, investigador de Educación 2020, destaca que la cobertura de la educación superior chilena es incluso levemente superior a algunos países de la OCDE. Pero aunque reconoce avances, critica las formas: ‘El costo que se pagó tiene que ver con la calidad, porque se hizo desregulando el sistema y permitiendo el lucro en las instituciones. Lo que hay que hacer ahora es exigirle a las instituciones que mejoren sus estándares de calidad, que se acrediten y tengan procesos de autorregulación y control’.

La proyección a futuro

En este punto concuerdan los investigadores: el actual ritmo de crecimiento no se va a mantener.

Raúl Figueroa piensa que en ello jugará un rol la gratuidad. ‘Lo que se proyecta es que se estanque el alza en la cobertura. El proyecto de reforma contempla que el Estado va a empezar a regular las vacantes, porque debe tener un control del gasto. Y frenar el crecimiento perjudica a las familias de menos recursos’, enfatiza.

Mathias Gómez opina que irá bajando el ritmo de matrículas: ‘La tendencia sería que las instituciones de mayor calidad abran cupos y que se desarrollen más las carreras técnicas, donde tenemos un déficit’.

Ernesto Treviño lo ve desde el punto de vista del envejecimiento de la población. ‘Esto implica que el número absoluto de estudiantes en educación superior se estanque en cinco o diez años más’, concluye.

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